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El celuloide, definitivamente, sigue aferrado a sus cualidades materiales como recurso de subsistencia ante los imparables envites de la imagen digital por imponerse en las dinámicas audiovisuales. Especialmente la vertiente del cine matérico, aquella que concede el protagonismo absoluto a la superficie –física– de la película, persiste en sus experimentaciones, oponiéndose a ceder el testigo de manera definitiva al tiempo que, paradójicamente, subraya la degradación literal del propio medio cinematográfico. Esta última es, sin duda, una de las evidencias más contundentes que se desprende de los ejercicios matéricos de Sam Spreckley.
Siguiendo la estela de cineastas como Jürgen Reble, Jennifer Reeves, Steven Woloshen o Bill Morrison, entre otros, Spreckley construye complejos paisajes audio-visuales que exploran simultáneamente la relación entre imagen y sonido y la materialidad del celuloide, exponiendo a la superficie fílmica al límite de sus posibilidades existenciales. Con todo lujo de detalles y una nitidez asombrosa, Spreckley muestra al espectador las desfiguraciones a las que se ve sometida la película; transformaciones captadas con precisión microscópica. En este proceso, a cada variación visual, sea leve o extrema, le corresponde su equivalente sonora, en una sincronización milimétrica que se apodera de la atención del espectador.
En la serie Surface (2009-2012) son las reacciones físicas de los fotogramas de película de 8mm, expuestos a elevadas temperaturas, las que componen el contenido visual de la cinta. Las variadas respuestas del material fotosensible ante el sobrecalentamiento muestran la destrucción progresiva de las imágenes registradas –cuando existen o son reconocibles– y del soporte en el que se inscriben, que se comprime, se retuerce, se resquebraja y arde en un continuo burbujeo. Por su parte, en la serie Celluloid Warfare (2009-2013), son fragmentos de insectos atrapados en el dispositivo cinematográfico los que sufren las consecuencias de los experimentos de Spreckley; como si Mothlight, de Stan Brakhage, se cociera a fuego lento en el proyector, mientras la cámara capta las dramáticas consecuencias. El lenguaje fotoquímico se desintegra, se consume.
Ahora bien, si el cine matérico se ha caracterizado por el predominio de la componente visual, Spreckley se aleja por completo de dicha supremacía. En ambos proyectos, el sugerente diseño de sonido remarca de forma incisiva los procesos de cambio, las transiciones visuales, la degradación de la materia. Más aún, los efectos sonoros se vuelven inseparables de lo que se muestra en pantalla, indispensables para el juego sinestésico propuesto por el cineasta y en el que se sumerge el espectador.
Volviendo al punto de partida, el celuloide pervive, aunque no deja de ser llamativo el gran éxito que la obra de Spreckley ha conseguido en la red de redes, gracias al consumo masivo que sus vídeos digitalizados, alojados en Vimeo, han cosechado. Lo que no hace mucho era propio de un cine alternativo y minoritario, ahora fluye por las redes sociales, es compartido innumerables veces e incluso seleccionado como material altamente recomendable por el portal de vídeos en el que se aloja... Yo que me alegro.
Alberto Hermida
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