domingo, 20 de abril de 2014

La cabaña en el bosque como locus horribilis


 

Recordemos algunos de los cuentos que quizás hayamos escuchado en nuestra más tierna infancia. El clásico Caperucita Roja, por ejemplo. También Hansel y Gretel. E incluso la fábula de Ricitos de Oro. Estas tres historias comparten entre sí, con tenues diferencias, la presencia de un lugar bastante particular como es una cabaña en mitad del bosque. Pensemos en la casa de la abuela de Caperucita, en la casita de dulces que Hansel y Gretel encuentran en la espesura, o en la casa de los ositos donde Ricitos de Oro bebe sopa y duerme la siesta. Pero, vayamos más allá y centrémonos en las experiencias que estos niños y niñas viven simplemente por adentrarse en la cabaña: persecución, ataques, terror y el encuentro con lo desconocido.

En todos estos cuentos, al igual que en las películas de terror, la cabaña en mitad del bosque aparece con una doble caracterización. Por un lado, al encontrarse en mitad de la espesura, parece ser un lugar seguro capaz de acoger, aislar y proteger al ser humano frente a ese espacio salvaje, oscuro y peligroso que vendría a ser el bosque. No obstante, al tratarse de una morada generalmente ajena a los protagonistas, resulta un espacio potencialmente peligroso. Es una casa de paso, extraña, por lo que poco o nada se sabe sobre lo que alberga en su interior o ha ocurrido en ella con anterioridad. Este desconocimiento le confiere una aire siniestro que, en cierto modo, insinúa los truculentos acontecimientos que generalmente tienen lugar en ella y que generalmente derivan en la muerte de los incautos viajeros. A este respecto, se hace necesario recoger las ideas de Propp, formalista ruso, sobre las conexiones entre los cuentos infantiles y las prácticas, ritos y costumbres remotas del ser humano. En Las raíces históricas del cuento (1998), Propp señala que la presencia de la casa o la cabaña en el bosque en los cuentos y narraciones maravillosas se debe a la huella de los rituales de madurez desarrollados por sociedades primitivas. En muchos de estos rituales los jóvenes debían salir del poblado o aldea para pasar algún tiempo en una choza especial donde tenían lugar los rituales. Dichos rituales eran llevados a cabo por chamanes o hechiceros y en ellos tenía lugar una suerte de muerte simbólica del joven, que entraba como niño pero salía como adulto de este espacio. Resulta evidente la conexión con las agresiones y la evolución que sufren los personajes de los cuentos infantiles, los cuales pueden ser considerados como formas vicarias de transmitir esa iniciación.


Dando un paso más allá, no sería descabellado considerar los films de terror (especialmente aquellos que se dirigen a y están protagonizados por adolescentes) como los nuevos cuentos infantiles en tanto que vienen a ser narraciones simbólicas acerca de la adquisición de la madurez. Del mismo modo, tal y como han señalado numerosos estudios, estas películas también cumplen una función sancionadora al establecer las conductas que se consideran socialmente apropiadas para los jóvenes. La conexión entre el sexo pre-matrimonial y las violentas muertes que encuentran muchos de los adolescentes que dan rienda suelta a su pasión en bosques o cabañas no es para nada casual. Se trata de una actualización de los mecanismos establecidos para controlar la rebeldía y la pulsión transgresora propia del infante o el adolescente, de modo que hemos pasado hemos pasado del «niños, no salgáis al bosque» al «jóvenes, no tengáis sexo en el bosque». En ambos casos, el desacato de la prohibición supone la agresión y la muerte.




 


La cabaña en el bosque como locus horribilis, es decir, como lugar terrible en el que se desata el horror, es un motivo más que recurrente en el cine de terror. Si utilizamos los criterios establecidos por Casetti y di Chio para distinguir entre ambientes y personajes (1990: 173-176), los cuales consisten principalmente en poseer un nombre propio, tener un peso relevante en la narración y recibir atención en términos de focalización, la cabaña en el bosque se erige como un personaje de muchas películas. Se trata, además, de un ente orgánico que contiene dentro de sí multitud de compartimentos o habitáculos en los que albergar horrores (el sótano, el granero, el desván) y cuyos objetos en apariencia cotidianos (decoración, útiles, muebles) se cargan de un aura ominosa. Sin duda, se trata de un espacio característico del género tan icónico y emblemático como la casa embrujada o el manicomio. Entre las películas que han popularizado dicho cliché podemos destacar las dos primeras entregas de la saga Posesión infernal (The Evil Dead, Raimi, 1981 y 1987) y su reciente remake dirigido en 2013 por Federico Álvarez; la saga Viernes 13 (Friday, the 13th), donde podemos encontrar escenas que transcurren en cabañas; Cabin Fever (Eli Roth, 2002), cuya ínfima secuela debe ser evitada; la reciente Tú eres el siguiente (You're next, Wingard, 2011); una versión más personal como la que ofrece Anticristo (Antichrist, Von Trier, 2009); o la tremendamente auto-reflexiva La cabaña en el bosque (Cabin in the Woods, Goddard, 2012). En todas estas obras la conjunción de la cabaña, el bosque y las fuerzas de la oscuridad termina conduciendo a los personajes por un tortuoso camino en el que tendrán que enfrentarse a todo tipo de horrores: internos, externos, sobrenaturales, extremadamente carnales... En última instancia, el tema que subyace al encuentro con la muerte (en cualquiera de sus formas) en muchas de estas películas viene a ser la deshumanización. El paso por el bosque y la cabaña expone nuestra fragilidad en tanto que seres humanos, nuestra impotencia frente a lo desconocido, nuestra incapacidad para garantizar la propia supervivencia. En suma, la cabaña en el bosque nos hace sentir como si fuéramos un niño perdido, vulnerable e indefenso.





Francisco J. López Rodríguez


Referencias:

- Vladimir Propp, Las raíces históricas del cuento, Madrid, Editorial Fundamentos, 1998.

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