miércoles, 8 de enero de 2014

La invasión sensacionalista: cualquier tiempo pasado fue... ¿mejor?






¡¡Extra, extra!! ¡¡Un extraño ser nos invade!! ¡¡Entra en nuestras casas y lo arrasa todo a su paso!! ¡¡Ciudadanos, ha llegado el sensacionalismo!! De esta manera es como podría describirse el modus operandi de los medios de comunicación que ofrecen informaciones con un alto contenido sensacionalista, irrumpiendo así en nuestras vidas de una manera irremediable, incluso para aquellos que presumen de huir de ello, viendo sólo los telediarios. Es fácil ejemplificar el periodismo sensacionalista, sobre todo si nos valemos de la telebasura, pero ¿qué es el sensacionalismo? La definición es compleja, pues no siempre es fácil delimitar las, muchas veces difusas, fronteras con el amarillismo; sin embargo, a grandes rasgos podemos considerar sensacionalistas aquellas noticias que apelan a los sentimientos del público como reclamo para su distribución. Nos referimos especialmente a invocar emociones e instintos tan básicos y rentables como el sexo, la violencia o el morbo en general con un único propósito: incrementar las ganancias por publicidad y ventas. En ocasiones, la codicia por conseguir esa meta puede llevar al periodista a situaciones donde entran en juego cuestiones morales y éticas.

En la actual situación donde los reality shows y la prensa del corazón nos rodean, es bastante tentadora la idea de coger una máquina del tiempo y volver al pasado, a aquellos maravillosos años en los que no existía el sensacionalismo. No obstante, este deseo nos plantea una duda, ¿qué fecha debemos marcar? La mayoría de estudios sitúan el origen del sensacionalismo en Estados Unidos en torno a 1830 con la aparición de los periódicos New York Sun y New York Herald, que abrían sus portadas con grandes titulares sobre asesinatos truculentos, historias policiacas o hechos locales. Más adelante, en la década de los 80 y 90, aparecen las cabeceras más representativas de la tendencia sensacionalista The World, editada por Pulitzer, y New York Journal, publicada por Hearst. Ambos protagonizaron una ardua lucha por aumentar sus millonarias ventas y persiguiendo ese fin recurrieron al uso de imágenes llamativas, titulares impactantes, noticias que implicaran emocionalmente a sus lectores, la autopromoción de sus propios periódicos e incluso, la tergiversación de informaciones. A partir de ese momento el sensacionalismo convierte el periodismo en un negocio próspero, una gran industria donde la información se mercantiliza a gran escala.



Teniendo en cuenta estos datos para alcanzar nuestro objetivo inicial -escapar del sensacionalismo- podríamos viajar al XVIII, el Siglo de las Luces, donde la razón y la búsqueda de la sabiduría no habían sido aún fagotizados por el capitalismo; una época donde las obras de Montesquieu y Rousseau eran los best sellers del momento, ¿no? No obstante, existen indicios de que éste fue el siglo en que aumentó el consumo de prensa popular, lo que nos llevaría a pensar que la afirmación anterior no sería del todo cierta, porque el sensacionalismo también estaba presente entonces. Denominamos prensa popular o literatura de cordel a todas aquellas manifestaciones pre-periodísticas (relaciones de sucesos, romances, canciones, coplas…) que comparten tanto características formales (impresión barata en pliego suelto con tosca tipografía y venta callejera) como textuales (temática muy diversa, empleo de un lenguaje sencillo, sensacionalista y mayoritariamente en verso), y que están dirigidas a un público, en general analfabeto, las clases bajas.



La literatura de cordel cosechó un abrumador éxito durante los siglos XVII, XVIII y XIX, con tiradas diarias de miles de ejemplares, hecho que nos permite considerarla un producto de masas, semejante a los medios de comunicación de nuestros días. Las similitudes de contenido y forma de estos impresos con los productos sensacionalistas de la actualidad son tales que podemos hacer una breve comparativa entre el pasado y el presente.

Es fácil encontrar romances de ciego que hacen notorios crímenes sangrientos, donde el autor no escatima en detalles escabrosos que describan cómo se produjo el suceso. El siguiente titular puede servirnos de ejemplo: ROMANCE NUEVO É HISTORIA TRAGICA Y VERDADERA de doña Angela de Valladares y Carrascosa, que mató á su propia hermana llamada doña Ysabel porque (la primera) se habia enamorada de su cuñado... El tratamiento de esta noticia se diferencia poco del seguimiento sensacionalista a los casos de Asunta Basterra o Marta del Castillo que han realizado algunos medios.



Los terremotos, incendios o inundaciones también aparecen en diversos pliegos sueltos, en los cuales la atención se centra en las desgracias sufridas por las víctimas del acontecimiento. Esto recuerda bastante a las noticias actuales sobre catástrofes climáticas, accidentes o atentados donde el interés por conocer el número de fallecidos llega hasta tal punto que acaban convirtiéndose en una simple cifra, cuyo aumento es directamente proporcional a la atracción que despierta en la audiencia.

El temor que desprendían estas noticias, las cuales a su vez difundían una clara propaganda religiosa, es equiparable a otra temática también muy extendida en las relaciones de sucesos desde el siglo XVII: los seres extraordinarios (casos de personas con malformaciones u otras anomalías genéticas). Estos pliegos solían imprimirse con grabados descriptivos para llamar la atención de los posibles compradores. El poder de atracción de la imagen sigue siendo fundamental para este tipo de noticias increíbles, que requieren de un soporte visual que certifique su veracidad. La curiosidad por conocer a estas personas puede llegar al punto de emitir un reality sobre el día a día de dos gemelas siamesas, como vemos en la serie Abby and Brittany: Joined for Life (2012).



En la literatura de cordel también hay cabida para la risa, sobre todo el humor a costa de personajes con poca formación o del ámbito rural, que son el objeto de mofa por su ingenuidad o incluso, sufren los engaños de mujeres de “mala vida” que los ridiculizan en público. ¿Acaso esto no nos evoca a las esperpénticas escenas televisivas protagonizadas por todo tipo de “famosillos” desde los tiempos de Crónicas Marcianas hasta el Sálvame de hoy en día?



Visto lo cual, tendríamos que viajar mucho más atrás en el tiempo para encontrar información libre de sensacionalismo. ¿La Edad Media, quizás? Tampoco, porque estos romances proceden de la tradición oral de los juglares de gesta. ¿A dónde ir entonces? Dadas las circunstancias, lo mejor será asumir que cualquier tiempo pasado no fue mejor y que por desgracia, el sensacionalismo ha estado, está y estará con nosotros.



Inmaculada Casas-Delgado

1 comentario:

  1. Excelente reflexión sobre los orígenes del amarillismo que nos invade. Deja claro que "Nihil novum sub sole".

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